Deus nobiscum, quis contra?
i Dios está con nosotros! ¿Quién puede estar en contra?".
(Romanos, 8,31)
Se había mencionada que a lo largo del período colonial en México la Iglesia Católica alcanzó gran poderío económico al establecer el primer sistema bancario encargado de otorgar créditos y administrar herencias. Asimismo empleando la usura y otros métodos como las “donaciones piadosas” se fue apoderando de la mayor parte de la propiedad inmobiliaria del país.
Por otro lado la corona española se beneficiaba de la estabilidad de las colonias y la ausencia de disturbios que mediante el control de las conciencias le proporcionaba la curia católica; en otras palabras era una relación de mutuo beneficio; el poder temporal aliado con el espiritual en una empresa común, sacar el mayor provecho de los territorios ultramarinos.
Esta relación simbiótica funcionó razonablemente bien durante los primeros doscientos años del virreinato, sin embargo en el año 1700 la corona española hasta entonces gobernada por la casa de los Habsburgo es sustituida por los Borbones de tradición más liberal que al llegar al poder descubren que los cambios modernizadores que transformaban a Europa no habían tenido cabida en España, y en el siglo XVIII estaban en desventaja económica y tecnológica respecto del resto del mundo occidental.
En otras palabras estamos diciendo que la España de esa época estaba en franca decadencia económica; ahora bien esta afirmación hay que ponerla en perspectiva. Aunque no hay datos fidedignos de los embarques de oro y plata que llegaban a España de sus colonias; es evidente que desde el siglo XVI cantidades importantes de éstos metales eran enviadas periódicamente. Para el historiador J. Earl Hamilton se podría hablar de Trescientos mil kilos de oro y veinticinco millones de kilos de plata.
Así pues ¿Dónde donde estaba esa riqueza? Un economista moderno diría que a España le cayó el Mal Holandés, la repentina entrada de ingresos le trajo a la larga casi más problemas que beneficios.
El deseo de atesorar y valorizar el oro de las Indias se vio prontamente frustrado, debido a que la escasa producción nacional hacía indispensable la importación de bienes desde otras naciones, lo que condujo a tener que utilizar los metales preciosos para pagar el saldo negativo de la balanza comercial y los empréstitos que los reyes obtenían para financiar la hegemonía política y militar. Así, los beneficiarios finales del mercantilismo español fueron los financieros y comerciantes extranjeros. Ya las Cortes de 1588 a 1593 lo habían registrado: "Con poder estar (nuestros reinos) los más ricos en el mundo oro y plata en ellos ha entrado y entra de las Indias están los más pobres porque solo sirven de puente para pasarlos a los otros Reinos nuestros enemigos y de la Santa Fe Católica."
Inflación, nula producción y sin fuentes de trabajo, ya que al no existir empleo bien remunerado en la agricultura, y muy poco o ninguno en la industria o el comercio, la población española terminó empleándose en la Administración Pública o en órdenes religiosas. A fines del siglo XVIII, los empleados estatales eran la quinta parte del censo y un 30% de los españoles formaban parte del clero o de órdenes religiosas, o vivían a expensas de la Iglesia Católica.
Así pues, la dinastía Borbónica llega a gobernar la España de principios del XVIII y se encuentra con éste panorama por lo que inmediatamente tiene que imponer reformas que iban a afectar los privilegios de la Iglesia. Las nuevas leyes pretendían afirmar el poder secular sobre el religioso, y ésto incluía la restricción de los privilegios y exoneraciones fiscales que gozaban las órdenes católicas y el alto clero. Fueron los jesuitas los que más se opusieron al proyecto centralizador de los borbones, por lo que fueron expulsados de España y sus posesiones ultramarinas en 1767. A la larga la corona española perdería la posesión de sus colonias no tanto por el deseo de sus habitantes de independencia sino por la oposición del clero a que le tocaran sus bienes y privilegios.
La imagen corresponde al escudo de armas de Felipe V primer rey Borbónico de España.
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